ledb
miércoles, 15 de agosto de 2012
Logorista - Despertar I
Æc som Avāron.
Æc som Leukesi al-asheri Nukseir.
Æc som Nuksi aname.
Æc som til dae Enknedeir asher díteras.
Æc som Nukseiri varaes.
Som til dae Eīmieri kóreas.
Abro los ojos.
Unas palabras que danzan ante mis ojos y se escapan más allá de mi alcance. Casi me aferro a ellas. Pero ya no queda nada, ni un solo destello de la lucidez de un sueño; ahora sólo me rodea la oscuridad. La oscuridad y un hedor penetrante y húmedo. Unos poderosos pulmones que duelen por el frío aire.
Busco en mi interior y no veo más de lo que ya ven unos ojos, el vacío absoluto. ¿Qué? Oscuridad. ¿Dónde? En la Oscuridad. ¿Cuándo? Ahora.
Reteniendo apenas las arcadas, me alzo desde el suelo. La angustia, el mareo, me asaltan. No por el olor, desde luego. Un dolor líquido anega mi cabeza junto a centenares de agudas agujas. Abro con fuerza mis ojos; por un momento me parece ver sonreír a la mismísima oscuridad. Inspiro con calma. El dolor cede rápidamente; el mareo, la sombra, la humedad, persisten. Me rodea un silencio absoluto, una quietud sin nombre. No estoy seguro de cuánto tiempo, pero pasa alguno antes de que una idea aflore, como una... como una casi imperceptible luz.
Me giro hacia esta idea informe y siento el amable roce de la brisa en mi piel, en mi pelo. Avanzo. Mis pies trastabillan con obstáculos que de inmediato identifico como huesos, mis manos tendidas hacia la negrura rozan aquí y allá una mohosa piedra, una húmeda superficie de madera o una fría mancha de espeso hedor. Avanzo así, casi sobre mis cuatro miembros. Avanzo entre huesos y sangre, entre órganos y podredumbre, entre frío, humedad y sombra. Mis dedos encuentran algo. Una escalera de piedra. La certeza me impresiona por su sencillez. Asciende vertiginosamente hacia una oscuridad más fresca, más seca, más viva. Yo asciendo con ella y contra el aire que acaricia mi cuerpo.
Y ahí está. Es la primera vez que veo esta luz pero es mi hermana. La conozco tanto como a la espesura que me ha visto nacer. Extiende su dominio argénteo por toda la extensión de una amplia llanura de sombras desde mi mano tendida al firmamento hasta ella misma y el mismo horizonte.
Un deforme disco de fuego blanco, altivo pero enfermizo, reina sobre un océano de roca y arboleda. Impera orgulloso, minúsculo, desde un manto negro de innumerables diamantes engarzados. Un surco carmesí cruza de horizonte a horizonte el firmamento, estela sanguinolenta. Pero extrañas luces contaminan el bello espectáculo; de destellos dorados, rojizos, pálidos y verdosos, rodeados de angostas volutas de luz violeta o de raros colores. Danzan con gran lentitud alrededor sin orden aparente y con ritmo caótico. Mi confusión ha soltado pronto su presa.
Hay luz abundante. Mis ojos negros se saben adaptados a esta circunstancia. Mis músculos son fuertes y el hambre acuciante.
Sé que puedo aprovechar la noche para avanzar, para alimentarme, para aferrarme ávido a estas montañas, a estos árboles, a estos valles. Pero por qué sé que el alba vendrá tras la noche, por qué avanzar y a dónde, cómo alimentarme, desconozco todo esto. Pero ésta es la noche. Y me siento cómodo con su sola compañía.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario